Wednesday, October 05, 2005

Mi primer pastel...


Conocí a mi primer pastel cuando tenía 14 y sólo había pololeado con chicos buenos. El tipo en cuestión era mayor que yo, de hecho ya había salido del colegio, y tenía cierto tufillo de popularidad entre las calcetineras. Lo ayudaba en ello una camioneta amarilla, una voz ronca y su fama de mujeriego.

El pastel no era guapo guapo, pero tenía su que sé yo que caí. Comenzamos a salir y el tipo se comportaba suuuper bien y hasta mis papás le tenían buena, pero grande fui mi sorpresa cuando supe que le habían apodado el repartidor de polllitos porque después de ir a dejarme a mí, alternaba la noche con otra y luego otra y luego otra; siendo su especialidad las niñitas de 15.
Este pastel me quebró el corazón y realmente en un momento creí estar enamorada, aún me acuerdo de cómo le escribía cartas y lloraba desconsolada cuando me gorreaba. Nuestro fin llegó rápido, era chica, pero no tonta y comencé a darme cuenta que el sujeto era una pérdida de tiempo cuando repetía, una y otra vez, que quería casarse con muchas mujeres y tener varios hijos, a los que se dedicaría para que todas sus ex lo mantuvieran.
Seguimos siendo buenos amigos y tirábamos de vez en cuando, lamentablemente tuve la genial idea de darle el teléfono de una amiga cuando se cambiaba de ciudad y digo lamentablemente, porque mi pobre amiga cayó redondita, hoy tienen dos hijas y están casados, pero antes el pastel le hizo pasar por mil y un dolores de cabeza.
Para muestra un botón: como típico pastel saltó de carrera en carrera durante un largo tiempo hasta ¡oh sorpresa! me lo encontré estudiando mi misma carrera en la u y hasta fui su ayudante. El pastel seguía con su adicción a repartir pollitos por la noche y mechona que llegaba solía caer en sus garras, todo mientras seguía pololeando con mi amiga y ya tenían una hija. Pero el pastel se seguía comportando como un adolescente que ya no era y la responsabilidad era una palabra que no tenía en sus anales.
Sin embargo, el pastel era tan simpático que siempre tenía pasteleras a su disposición. Hace unos años me lo encontré y seguía tan lacho como siempre, pero hoy su encantadora desfachatez ya no era tan atractiva como antes, sino más bien olía a patetismo y decadencia, mientras mi pobre amiga lo seguía viendo con ojos de amor y un par de niñitas y kilos se derrapaban por su cuerpo. Me sentí culpable, pero luego reflexioné y capté que esta pastelera es feliz así y no ha tenido la argucia de poner las reglas claras a este viejo pastel.
No tengo malos recuerdos de mi primer pastel, porque me enseñó a conocer la especie y a comprender que uno tiene el poder de decidir o no ser una pastelera. No estoy negando mi pasado, ni mis experiencias pasteleras, sólo digo que a lo menos hoy sé reconocer un pastel y conozco mejor los riesgos y ventajas que de ello se derivan.
la pastelera 2

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